jueves, 18 de abril de 2019

Los 37 mejores comienzos de la historia de la literatura


Dada la extensión mediana de una novela, su primera frase no parece ser demasiado determinante. Al fin y al cabo, restan decenas de miles tras ellas. Sin embargo, son numerosos los libros clásicos y modernos cuyas primeras palabras han definido, al menos icónicamente, su posterior legado. Formas de introducir una historia, tan carismáticas como memorables, que ocultan tras de sí no sólo un brillante dominio del lenguaje y del ingenio, sino también la esencia misma de la novela a la que preceden por completo.
Hoy hemos querido recopilar 37 de nuestros comienzos favoritos. El orden es irrelevante.

1. El nombre de la rosa, de Eco

En el principio era el Verbo y el Verbo era en Dios, y el Verbo era Dios. Esto era en el principio, en Dios, y el monje fiel debería repetir cada día con salmodiante humildad ese acontecimiento inmutable cuya verdad es la única que puede afirmarse con certeza incontrovertible.
Fallecido recientemente, Umberto Eco desplegó en El nombre de la rosa todo su talento narrativo. Y aquí, en sus primeras palabras, encontramos parte de las claves de su relato: juegos semióticos, significante-significado, contexto religioso, dogma y, a la postre, una novela de misterio deliciosamente medieval que sería llevada al cine en una excelente película homónima. Cuyo incio, claro, no es igual de poderoso.
https://magnet.xataka.com/nuestro-tsundoku/los-37-mejores-comienzos-de-la-historia-de-la-literatura

38. Solo una bala, de Eva García Romo

Se incorpora, está empapado, la ropa manchada. Leche, hay leche por todas partes. Debió de caer de la jarra que dejó en el mostrador.
Tristán solo recuerda un hombre que entra y no para de gritar, un rostro y un arma en la mano. Disparos.
¡Qué calor! – piensa. Un calor extraño en el pecho. Las imágenes que se diluyen…. estaban tomando café en la barra como cada tarde cuando… ¿lo habrá soñado? ¡Anda igual el vino… pero si no bebo vino! … se mantiene en pie unos minutos más hasta que sin aliento, se desploma. 
Águeda viste blanco pulcro. Un charco de sangre tiñe de rojo su espalda. No deja de mirarle y tumbada a su lado le sonríe. Nota como un sueño pesado la ahoga y la aparta de él. Sabe que la muerte, ha decidido llevársela. 

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