domingo, 13 de enero de 2013

Salomé



No creo que importe demasiado, pero me llamo Abel Martín Sousa y antes de mi retiro "voluntario", impartía seminarios de literatura por todo el mundo. Pero esta es mi historia con Salomé.

La observaba cada día, al salir de clase. Siempre sola, delgada, con pantorrillas marcadas y melena rubia.
Iba cargada de libros, que leía sin parar. Nadie hablaba con ella, excepto yo. Le gustaba la novela de terror y por eso asistía a mi seminario sobre el mal. Jamás participaba, aunque yo la animaba inútilmente a hacerlo.

Ciertamente, tenía un aire siniestro tras su mirada azul, que consiguió seducirme muy pronto. Recuerdo que cuando ella pasaba, su perfume dejaba rastro a vainilla.
El resto de mis alumnos, la odiaban.

Una tarde, decidí seguirla a cierta distancia. De lejos, me pareció incluso más alta. Quizá fuera su abrigo, que marcaba una silueta más que insinuante.
Por fin, entro en un portal. Esperé unos minutos y la imité. No había luz, lo que hizo que me asustara al oír un chillido, que parecía de mujer. Mientras caminaba a trompicones, pulsé el interruptor de la luz y oí unos tacones sobre el mármol. De repente, una sombra estilizada se abalanzó sobre mi. Desprendía un olor, que me resultó familiar. Algo contundente me golpeó y caí.

Abrí los ojos. Estaba tumbado en una cama, que no conocía. Ni siquiera recordaba, como había llegado hasta allí. Me dolía la cabeza, que toqué. Estaba sangrando.
La voz de Salomé sugirió, que mejor me estuviera quieto. Ella me curaría. ¡Que otra cosa podía hacer, atado y desorientado!

No sabía cuanto tiempo había transcurrido. Traté de averiguarlo sin éxito, viendo mi muñeca sin hora. Reconozco, que al verla inclinada sobre mi, tampoco quería saberlo.
Cuando terminó la cura, le pregunté qué hacía yo allí y ella se disculpó. - Ha sido mi madre, le golpeó con una sartén, esta loca. Sabe, tiene la manía de atarle. Para qué no se caiga de la cama.... No tuve tiempo de sujetarla. Por eso no tengo amigos, ni viene gente a casa. No debió de seguirme hasta aquí -.
Avergonzado, me excusé. - No te preocupes, le dije. ¡Yo me lo busqué!. En un rato me espabilo y me voy.  ¡Mañana nos habremos olvidado de este tema! -.
Salomé río a carcajadas y se marchó. Apoyé la cabeza de nuevo, estaba tan cansado......

Volví a despertarme y tuve la sensación que llevaba días sin hacerlo. Incluso semanas. Ya no me dolía la cabeza, pero estaba atontado.
Mi ropa era distinta. ¿Qué hora será? - pensé. Mi muñeca seguía desnuda y cada vez más flaca. Me incorporé y vi una maleta, era la mía. Pero, ¿cómo había llegado hasta allí?. Mis bolsillos continuaban vacíos. No encontré las llaves de casa. 
La puerta de la calle esta cerrada. Intento abrirla y salir. Miro por la ventana.

Fuera de la habitación, no se oía nada. - La madre loca habrá salido - pensé - y Salomé estará en clase.....¿Qué clase? -. Con dificultad, llegué al pasillo y recorrí la casa. Tardé poco. Sólo había una habitación más y una cama. Junto a ella, un armario. En el interior la ropa de Salomé que yo, bien conocía. De repente, una foto sobre el escritorio llamó mi atención. Un señor con bigote, vestido de oficial  me observaba, y debajo una dedicatoria: - "Cielo, mamá cuidara de ti desde el cielo. Te quiere, papa" -. 

El girar de una llave me asustó. Me sentí descubierto. Ahí estaba, como siempre cargada de libros. El sonido de los tacones y su aroma a vainilla, me devolvieron a la realidad.

Una vez más sonrió con su mirada siniestra, que fulminaba. Yo, sin preguntar, me dirigí a mi cuarto. 

Desde ese día, sé que la amo. Pero nunca se lo diré.


Eva García Romo
Madrid, 13 de enero de 2013

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