Su mamita le había dicho, que allí había trabajo para todos y él la creyó.
Llevaba años planeándolo. Conseguida la doble nacionalidad, ya era americano, contaba con 1000$ que guardaba en el catre.
No lo dudó, él iría primero hasta juntar algunos pesos, trabajando en lo que fuera.
El pasaje lo cambió por el reloj de oro de su padre y soñaba cada noche con partir hacia la libertad. Lloró en cambio, al contemplar el malecón. Quizá fuera la última vez.
Ante él, el océano parecía más grande, mientras lo atravesaba a bordo de un carguero con destino al paraíso.
La luna lo ilumina, como si quisiera protegerle y el agua parece plata andante. No hay límites. Sólo él, cielo y tierra. Y hasta donde alcanza la vista, mar salada.
Se hace de día y las voces de los compadres le despiertan. Huele a café quemado. El rugido de máquinas parece advertirle. ¡Mejor darse de la vuelta!
Adormilado, se incorpora. Le duele todo, después de haber dormido sobre el macuto. Al fin consigue abrir los ojos y descubre una raya en el horizonte. Dicen que es tierra firme. En una hora desembarcan.
Nervioso comprueba una vez más, que el fajo de billetes sigue dentro de su camisa. Ignorante, lo saca y cuenta. Alguien le observa, pero él no lo nota.
Ruegan paciencia, al atravesar la línea que separa la borda del mostrador de inmigración. Hay que guardar cola.
Cuando supera la cadena divisoria, entrega el pasaporte que es chequeado en detalle. ¡Cuantas veces soñó con el ruido, que por millonésima vez hacen a diario, al estampar el sello!. Esta vez era real. Complacido lo guarda y se dirige a la salida.
Tiene América ante él, pero ni siquiera la ha visto. Antes tiene que atravesar muchas barreras. Hileras de personas se amontonan, haciendo difícil el tránsito.
Pasillos estrechos llenos de puertas que se abren y cierran, no indican hacia donde conducen. Algunas pone, prohibido el paso. Quizá sea mejor no saberlo. Huele a humanidad.
Pero él es libre y anda orgulloso. Sólo mira una vez hacia atrás, para despedirse del carguero y del pasado.
Ya les están esperando, para el traslado al barrio donde residirán. Alojamiento y comida, están garantizados. Desde el escaso espacio en el camión, contempla las calles que transcurren una tras otra paralelas. No hay perspectiva, solo líneas rectas.
Hoy compartirá cuchitril con litera y letrina. Éstas componen su hogar, en la tierra prometida.
Necesita dormir. Apoya la cabeza en la almohada, mientras acaricia su dinero. Piensa que mañana se irá, en busca de algo mejor.
Desde la litera superior, unos ojos le observan.
Eva García Romo. Madrid, 28 de Enero de 2013
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