Pero hoy ha llegado antes que nosotros. Nos sorprende como observa la cadena leontina, de la que ya no se columpia el reloj. El no está. Le ha dejado. Ya nada le sale bien.
Desde que el reloj partió, su vida no anda.
Monsieur Rousseau se hubiera quedado con él, al ver como le miraba; De no ser porque descubrió en el reverso de la esfera, unas iniciales: EG (Edilberto González).
Pero ya no es suyo. El reloj apunta con sus manecillas a Monsieur Rousseau, implorando que le acoja. Edilberto consigue finalmente separarles y lo ajusta fuertemente a la cadena, de la que nunca debió separarse.
Se oye un gemido de la corona, mientras éste le aprieta contra la anilla, condenándole de nuevo a su dueño.
Al día siguiente, la maquinaria volvió a funcionar. Pero el reloj se paró y nunca volvió a palpitar. Ni siquiera acariciar la corona, consiguió motivarle y devolverle la vida. Las manecillas inertes, caían fulminadas a ambos lados de su cara, envueltas en lágrimas que flotaban en la esfera. Los números gigantes, prácticamente se habían borrado. Nunca más fue suyo. El y su espíritu se quedaron congelados con Monsieur Rousseau.
Eva García Romo
Madrid, 13 de enero de 2013
¡¡ Evaaaa!! ¿Qué quieres que te diga que no te haya dicho ya?...Sabes que me encanta este cuento...la imagen de las manecillas implorando...es genial..¡¡ enhorabuena otra vez!..besitos
ResponderEliminarGracias guapa! Tengo en "taller" otro objeto .....esta vez no es un reloj!
EliminarSí, a veces nuestro mejor personaje es, curiosamente, un objeto. Este reloj tuyo con sus manecillas llenas de vida es ya un clásico.
ResponderEliminarYo también te quiero Alvaro! Amenazo con más objetos.........!!!
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