Viajar
Tren sin rumbo fijo, que se desplaza sobre vías desgastadas y cansadas por el calor y el paso del tiempo. Balanceo de cuna intermitente para conciliar el sueño, ante un escenario de actores con rostros de diferentes colores.
Adoración de lo oscuro de la mente, enturbiada por el sonido del viento, que choca contra las ventanas, para vislumbrar un paisaje plano.
Horizonte plagado de pájaros que se reúnen, intentando marcar el camino y transportarnos en sus alas, hasta el infinito.
Ventana en la que nos asomamos para intentar descubrir, si hay un más allá; o simplemente debemos circular en ese vagón, como convoy minero que, cargado hasta el borde, se deja llevar por el traqueteo de una superficie irregular.
Historia sin terminar, donde los personajes no son dueños de su existencia, ni tampoco de su destino final. Marionetas pendientes del hilo conductor, de un narrador aburrido que ni siquiera, se ha planteado hacia donde le lleva su relato.
Brisa marítima, mezclada con una gran masa espumosa, que golpea insistente contra la proa, provocando frescor y claridad al pasajero curioso, que se apoya contra la barandilla, intentando otear su escala final.
Caminar del transeúnte por un camino solitario, que solo el sol comparte y que se empeña en no dejarle, después de una larga jornada que no sabe, si le conducirá hacia ese, su lugar.
Montaña que se impone poderosa ante nosotros, retándonos a escalar y observar desde ahí arriba, lo que algunos se empeñan en advertirnos. Lo que está por llegar.
Eva García Romo – 18 de enero de 2012
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