AMANECE, las barcas se tambalean en tierra y sobre ellas descansan los amantes. Las damas intentan subirse la faja, los caballeros no pararían nunca, si pudieran. Sólo se oyen gemidos y un tractor, que alisa la arena, roba un sujetador que deposita sobre la boya. Cuando llegan los primeros bañistas, tienen que serpentear entre bastones y prótesis. A lo lejos una dentadura postiza, como un animal lujurioso, sonríe desde la playa.
Eva García Romo, 27 mayo de 2013