Todos los días llega tarde. Contempla su reloj de esfera blanca y corona dorada. Pide disculpas tímidamente, a la vez que lo pone en hora, y explica teorías sobre el tiempo.
Pero hoy ha llegado antes que nosotros. Nos sorprende como observa la cadena leontina, de la que ya no se columpia el reloj. El no está. Le ha dejado. Ya nada le sale bien.
Desde que el reloj partió, su vida no anda.
Monsieur Rousseau se hubiera quedado con él, al ver como le miraba; De no ser porque descubrió en el reverso de la esfera, unas iniciales: EG (Edilberto González).
Pero ya no es suyo. El reloj apunta con sus manecillas a Monsieur Rousseau, implorando que le acoja. Edilberto consigue finalmente separarles y lo ajusta fuertemente a la cadena, de la que nunca debió separarse.
Se oye un gemido de la corona, mientras éste le aprieta contra la anilla, condenándole de nuevo a su dueño.
Al día siguiente, la maquinaria volvió a funcionar. Pero el reloj se paró y nunca volvió a palpitar. Ni siquiera acariciar la corona, consiguió motivarle y devolverle la vida. Las manecillas inertes, caían fulminadas a ambos lados de su cara, envueltas en lágrimas que flotaban en la esfera. Los números gigantes, prácticamente se habían borrado. Nunca más fue suyo. El y su espíritu se quedaron congelados con Monsieur Rousseau.
Eva García Romo
No hay comentarios:
Publicar un comentario